lunes, 27 de mayo de 2019

Leyenda del Padre Almeida


Manuel de Almeida Capilla, ingresó con 17 años en la orden de Franciscanos, más que por devoción,  por un desengaño amoroso. Pero el encierro y la oración,  hicieron bien poco para vencer sus ímpetus juveniles.
Manuel Almeida se quedó fascinado con la aventura, y debido a su buen porte, el saber tocar la guitarra y su bien timbrada voz de tenor, logró conquistar los favores de las anfitrionas que se disputaban entre ellas, por colmarle de mimos. Y es así, como comenzaron sus escapadas del convento. Se convirtió en el promotor de las escapadas. Acabo haciendo sólo esas escapadas, ya que sus compañeros tenían miedo a ser descubiertos.

Narra la leyenda que en el convento de San Diego, de la ciudad de
 Quito-Ecuador,  vivía hace algunos siglos un sacerdote joven, el padre Almeida, el mismo que se caracterizaba por su afición a las juergas y al aguardiente.

Todas las noches, él iba hacia una pequeña ventana que daba a la calle, pero como esta era muy alta, él se subía hasta ella, apoyándose  en la escultura de un Cristo yaciente. Hasta que una vez el Cristo ya cansado de tantos abusos, cada noche le preguntaba al juerguista: ¿Hasta cuándo padre Almeida? , a lo que él respondía: “Hasta la vuelta Señor”.

Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo festivo y tomaba hasta embriagarse. Al amanecer regresaba al convento. Tanto le gustaba la juerga, que sus planes eran seguir con este ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente.

Pues una madrugada el padre Almeida regresaba borracho, tambaleándose por las empedradas calles quiteñas, rumbo al convento, cuando de pronto vio que se aproximaba un cortejo fúnebre. Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora, y como era curioso, decidió ver el interior del ataúd, y al acercarse vio su propio cuerpo dentro del mismo.
Del susto se le quitó la borrachera, corrió desesperadamente hacia el convento, del que nuca volvió a escaparse para irse de juerga.

El convento de San Diego, aún se levanta hoy en el mismo lugar que se edificó. Lo que ha desaparecido es el diario en el que se dice que le padre Almeida escribió sus memorias.


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