Noticias
domingo, 7 de julio de 2019
La Capa del Estudiante
Subió por el muro y llegó hasta la
tumba señalada mientras clavaba, interiormente pedía perdón por el daño
ocasionado. Pero cuando quiso retirarse del lugar no pudo moverse de su sitio
porque algo le sujetaba la capa y le impedía la huida, sus amigos le esperaban
afuera del cementerio, pero Juan nunca salió. A la
mañana siguiente, preocupados por la tardanza se aventuraron a buscarlo y
lo encontraron muerto. Uno de ellos se percató de que Juan había fijado su capa
junto al clavo. No hubo ni aparecidos ni venganzas del más allá, a Juan lo mató
el susto.
lunes, 1 de julio de 2019
María Angula
María Angula era una niña alegre y
vivaracha, hija de un hacendado de Cayambe. Le encantaban los chismes y se
divertía llevando cuentos entre sus amigo para enemistarlos. Por esto la
llamaban la metepleitos, la lengua larga o la “carishina” chismosa.
Así, María Angula creció 16 años dedicada a fabricar líos con la vida de los vecinos, y nunca se dio tiempo para aprender a organizar la casa y preparar sabrosas comidas. Cuando María Angula se casó, empezaron sus problemas. El primer día Manuel, su marido, le pidió que preparara una sopa de pan con menudencias y María Angula no sabía cómo hacerla.
Quemándose las manos con la mecha de manteca y sebo, encendió el carbón y puso sobre él la olla sopera con un poco de agua, sal y color, pero hasta ahí llegó: ¡no sabía qué más hacer! María recordó entonces que en la casa vecina vivía doña Mercedes, una excelente cocinera, y sin pensarlo dos veces corrió hacia ella.
Vecinita, ¿usted sabe preparar la sopa de pan con menudencias?
Claro, doña María. Verá, se arrojan dos panes en una taza de leche, luego se los pone en el caldo, y antes de que éste hierva, se le añaden las menudencias.
¿Así no más se hace?
Sí, vecina. Ahh, -dijo María Angula-, si así no más se hace la sopa de pan con menudencias, yo también sabía. Y diciendo esto, voló a la cocina para no olvidar la receta. Al día siguiente, como su esposo le había pedido un locro de “cuchicara”, la historia se repitió. Doña Mercedes, ¿sabe preparar el locro de “cuchicara”?
Sí, vecina. Y como la vez anterior, apenas su buena amiga le dio todas las indicaciones, María Angula exclamó:
Ah, si así no más se hace el locro de
“cuchicara”, yo también sabía.Y enseguida corrió a su casa para sazonarlo. Como
esto sucedía todas las mañanas, la señora Mercedes se puso molesta. María
Angula siempre salía con el mismo cuento: “Ah, si así no más se hace el seco de
chivo, yo también sabía; ah, si así no más se hace el ají de librillo, yo
también sabía.” Por eso, quiso darle una lección y, al otro día…
Doña Merceditas
Doña Merceditas
¿Qué se le ofrece, señora María? Nada,
Michita, mi marido desea para la merienda un caldo de tripas con “puzún” y yo. Umm,
eso es refácil, le dijo, y antes de que María Angula la interrumpiese,
continuó:
Verá, se va al cementerio llevando un
cuchillo afilado. Después espera que llegue el último muerto del día y, sin que
nadie la vea, la saca las tripas y el “puzún”. En su casa, los lava y luego los
cocina con agua, sal y cebollas y, cuando el caldo haya hervido por unos diez
minutos, aumenta un poco de maní… y ya está. Es el plato más sabroso.
Ahh, dijo como siempre María Angula- si así no más se hace el caldo de tripas con “punzún”, yo también sabía. Y en un santiamén, estuvo en el cementerio esperando a que llegara el muerto más fresquito. Cuando el panteón quedó solitario, se dirigió sigilosamente hacia la tumba escogida. Quitó la tierra que cubría al ataúd, levantó la tapa y… ¡allí estaba el semblante pavoroso difunto! Quiso huir, más el mismo miedo la detuvo. Temblorosa, tomó el cuchillo y lo clavó una, dos, tres veces sobre el vientre del finado y con desesperación le despojó sus tripas y “punzún”. Entonces, corriendo regresó a su casa. Luego de recobrar su calma, preparó esa merienda macabra que, sin saberlo, su marido comió lamiéndose los dedos.
María Angula
Esa misma noche, entre tanto María Angula y su esposo dormían, en los
alrededores se escucharon aullidos lastimeros. María Angula despertó
sobresaltada. El viento chirriaba misteriosamente en las ventanas,
balanceándolas, mientras afuera, los ruidos fabricaban sus espantos. De pronto,
por las escaleras, María Angula oyó el crujir de unos pasos que subían
pesadamente hacia su cuarto. Era un caminar trabajoso y retumbante que se
detuvo frente a su puerta. Pasó un minuto eterno de silencio, María Angula vio
el resplandor fosforescente de un hombre fantasmal. Un grito cavernoso y
prolongado la paralizó.
¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
María Angula se
incorporó horrorizada y, con el miedo saliéndole por los ojos, contempló como
la puerta se abría empujada por esa figura luminosa y descarnada. María Angula
se quedó sin voz. Ahí, frente a ella, estaba el difunto que avanzaba
mostrándole su mueca rígida y su vientre ahuecado:
¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
Aterrada, para no verlo, se escondió bajo las cobijas, pero en instantes sintió que unas manos frías y huesudas la tomaban por sus piernas y la arrastraban, gritando:
¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
Cuando Manuel despertó, no encontró a su esposa, y aunque la buscó por todas partes, jamás supo de ella
lunes, 10 de junio de 2019
El Chuzalongo
El Chuzalongo
Cuenta
la leyenda, que en la costa de Ecuador, un agricultor tenía sus ganados en lo
alto del monte. Una noche cayó una tormenta muy fuerte, preocupado por su
ganado, mandó a sus dos hijas a que guardasen el ganado en el granero.
Las
hijas, muy obedientes, fueron a hacer lo que su padre les ordenó, cuando
terminaron de guardar todo el ganado, cerraron la puerta y al darse vuelta se
dieron con la sorpresa de que un pequeño ser, de rostro blanco, labios gruesos
y morados, nariz chata, orejas grandes, ojos verdes pequeños con un punto negro
de fuego en el centro.
Este
ser tenia un pelo corto, ralo y tieso, con el cuerpo cubierto de escamas de
pescado, las estaba esperando tras la puerta. Ellas gritaron con todas sus fuerzas,
pero nadie las escuchó. Después de muchas horas, y al ver que sus hijas no
regresaban, el hombre tomó su escopeta y fue hacia la cabaña, encontrando una
escena terrible, sus hijas estaban descuartizadas y a lo lejos vio como una
pequeña criatura huía.
Otra
versión
lunes, 3 de junio de 2019
Leyenda El Gallo de la Catedral
El gallo de la Catedral
Cuando Quito era una ciudad llena de misterios,
cuentos existía un hombre de fuerte carácter, le tentaban las apuestas, las
peleas de gallos, la buena comida y sobre todo le encantaba la bebida. Este
hombre era conocido como don Ramón Ayala y apodado el “buen gallo de barrio”.
Dentro de su día tenía la costumbre de visitar la
tienda de doña Mariana, por sus deliciosas mistelas, en el tradicional barrio
de San Juan.
Dicen que la doña era muy bonita y trataban de
impresionarla todos los hombre de alguna manera.
Don Ayala después de sus acostumbradas borracheras,
gritaba con voz estruendosa que él era el más gallo de barrio y que ninguno lo
ningunea a él.
Caminando hacia su casa que se ubicaba a unas pocas
cuadras de la Plaza de la Independencia, decide pararse frente a la Catedral y
así se enfrenta al gallo de la Catedral, diciendo:”¿Qué gallos de pelea, ni que
gallos de iglesia”, !Soy el más gallo!, !Ningún gallo me ningunea!, !Ni el
gallo de la Catedral!
Se dice que los gritos de don Ramón podía acabar con
la paciencia de cualquiera, acercándose al lugar del diario griterío, vuelve
don Ramón, ebrio, pero esta vez sintió un golpe de aire, en un primer momento
pensó que era su imaginación, pero al no ver al gallo en su lugar habitual le
entró un poco de miedo, pero como un buen gallo se paró desafiante. El gallo
con un picotazo en la pierna lo tiró en el suelo de la Plaza Grande.
Don Ramón entre el susto y el miedo pidió perdón a
la Catedral y a su gallo, pero este le dijo que prometiera que nunca volviera a
tomar miselas y él le contestó que ni agua volverá a tomar.
Desde ese día, algunas personas que lo conocían,
dijeron que nunca volvió a tomar y se volvió una persona seria y responsable.
Dicen personas que vivían en la época que esto solo
se trataba de una broma hecha por los amigos de don Ramón y el sacristán de la
Catedral para cambiar su conducta.
Fuente: Quito
360
lunes, 27 de mayo de 2019
Leyenda del Padre Almeida
Manuel
de Almeida Capilla, ingresó con 17 años en la orden de Franciscanos, más que
por devoción, por un desengaño amoroso. Pero el encierro y la
oración, hicieron bien poco para vencer sus ímpetus juveniles.
Manuel
Almeida se quedó fascinado con la aventura, y debido a su buen porte, el saber
tocar la guitarra y su bien timbrada voz de tenor, logró conquistar los favores
de las anfitrionas que se disputaban entre ellas, por colmarle de mimos. Y es
así, como comenzaron sus escapadas del convento. Se convirtió en el promotor de
las escapadas. Acabo haciendo sólo esas escapadas, ya que sus compañeros tenían
miedo a ser descubiertos.
Narra la leyenda que en el convento de San Diego, de la ciudad de
Quito-Ecuador, vivía hace algunos siglos un sacerdote joven, el padre Almeida, el mismo que se caracterizaba por su afición a las juergas y al aguardiente.
Todas las noches,
él iba hacia una pequeña ventana que daba a la calle, pero como esta era muy
alta, él se subía hasta ella, apoyándose en la escultura de un Cristo
yaciente. Hasta que una vez el
Cristo ya cansado de tantos abusos, cada noche le preguntaba al juerguista:
¿Hasta cuándo padre Almeida? , a lo que él respondía: “Hasta la vuelta Señor”.
Una vez alcanzada
la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo festivo y tomaba
hasta embriagarse. Al amanecer regresaba al convento. Tanto le gustaba la
juerga, que sus planes eran seguir con este ritmo de vida eternamente, pero el
destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente.
Pues una madrugada
el padre Almeida regresaba borracho, tambaleándose por las empedradas calles
quiteñas, rumbo al convento, cuando de pronto vio que se aproximaba un cortejo
fúnebre. Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora, y como era
curioso, decidió ver el interior
del ataúd, y al acercarse vio su propio cuerpo dentro del mismo.
Del susto se le quitó la borrachera, corrió desesperadamente hacia el
convento, del que nuca volvió a escaparse para irse de juerga.
El convento de San
Diego, aún se levanta hoy en el mismo lugar que se edificó. Lo que ha
desaparecido es el diario en el que se dice que le padre Almeida escribió sus
memorias.
lunes, 20 de mayo de 2019
Leyenda de Cantuña
Esta interesante historia
de Cantuña es muy difundida y nace en el Centro Histórico de Quito, y también
es conocida como la leyenda del atrio de San Francisco. Todas las leyendas hacen de Quito
una ciudad mística y se han convertido en símbolos de la identidad quiteña. Cada
leyenda contiene una explicación improvisada o una lección moralizante que se
deja leer entre líneas.
A un indígena llamado Cantuña los padres franciscanos le habían
encomendado la construcción de una iglesia en Quito, la de San Francisco. Este
aceptó y puso como plazo seis meses, a cambio él recibiría una gran cantidad de
dinero.
Aunque parecía una hazaña imposible lograr terminarla en seis meses, Cantuña
puso su mayor esfuerzo y empeño en terminarla, reunió un equipo de indígenas y
se propuso terminarla. Sin embargo, la edificación no avanzaba como él
esperaba. En esos momentos de angustia se le presentó Lucifer y le dijo:
“¡Cantuña! Aquí estoy para ayudarte. Conozco tu angustia. Te ayudaré a
construir el atrio incompleto antes de que aparezca el nuevo día. A cambio, me
pagarás con tu alma”.
Cantuña aceptó el trato, solo le pidió una condición a Lucifer, que
termine la construcción de la iglesia lo más rápido posible y que sean
colocadas absolutamente todas las piedras.
Sin embargo, este se vio desesperado porque los diablillos avanzaban muy
rápido, tal como lo ofreciera Lucifer. La obra se culminó antes de la
medianoche, fue entonces el momento indicado para cobrar el alto precio por la
construcción: el alma de Cantuña.
El diablo al momento de ir ante Cantuña a llevarse su alma, este lo
detuvo con una tímida voz, ¡Un momento! – dijo Cantuña. ¡El trato ha sido
incumplido! Me ofreciste colocar hasta la última piedra de la construcción y no
fue así. Falta una piedra. El indígena había sacado una roca de la construcción
y la escondió sigilosamente antes de que los demonios comenzaran su obra.
Lucifer, asombrado, vio como un simple mortal lo había engañado. Así,
Cantuña salvó su alma y el diablo, sintiéndose burlado, se refugió en los infiernos
sin llevarse su paga.
Fuente: libro Leyendas del Ecuador.
domingo, 12 de mayo de 2019
Los hermanos Ayar
Sobre la montaña Pacaritambo, aparecieron los hermanos Ayar, después del gran diluvio que había devastado todo. De la montaña llamada "Tampu Tocco" partieron cuatro hombres y cuatro mujeres jóvenes, hermanas y esposas de ellos a la vez.
Eran Ayar Manco y su mujer Mama Ocllo; Ayar Cachi y Mama Cora; Ayar Uchu y Mama Rahua y finalmente, Ayar Auca y su esposa Mama Huaco.
Viendo el estado de las tierras y la pobreza de la gente, los cuatro hombres decidieron buscar un lugar más fértil y próspero para instalarse. Llevaron con ellos a los miembros de diez Ayllus, organización inca que agrupaba diez familias y se dirigieron hacia el sudeste.
Pero un primer altercado se produjo entre Ayar Cachi, un hombre fuerte y valiente, y los demás. Sus hermanos lo celaban y quisieron matarlo. Con ese plan, le ordenaron volver a las cavernas de Pacarina, se llama así, en quechua, al lugar de los orígenes para buscar semillas y agua.
Ayar Cachi entró en la caverna de Capac Tocco la montaña "Tampu Tocco" y el sirviente que lo acompañaba cerró con una gran piedra la puerta de entrada. Ayar Cachi jamás pudo salir de allí.
Los siete hermanos y hermanas restantes, seguidos de los ayllus, prosiguieron su camino y llegaron al monte Huanacauri, donde descubrieron un gran ídolo de piedra con el mismo nombre. Llenos de respeto y de temor frente a este ídolo, entraron al lugar donde se lo adoraba.
Ayar Uchu saltó sobre la espalda de la estatua y quedó enseguida petrificado, haciendo parte en delante de la escultura.
Aconsejó a sus hermanos de seguir el viaje y les pidió que se celebre en su memoria la ceremonia del Huarachico, o "iniciación de los jóvenes".
En el curso del viaje Ayar Auca fue también convertido en estatua de piedra, en la Pampa del Sol. Ayar Manco, acompañado por sus cuatro hermanas, llegó a Cuzco donde encontró buenas tierras; su bastón se hundió con facilidad pero no pudo retirarlo sin esfuerzos, lo cual era una buena señal. Entusiasmados con el lugar decidieron quedarse allí.
Ayar Manco fundó entonces una ciudad, en nombre del creador Viracocha y en nombre del Sol. Esta ciudad fue el Cuzco, la capital del Tahuantinsuyo el imperio de las cuatro provincias.
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